¿Nos está enfermando la sobreinformación? Cómo impactan las noticias negativas en nuestra salud mental
- Red ΖΩΗ

- 9 jul
- 4 Min. de lectura
Vivimos en un mundo hiperconectado donde las noticias llegan a nosotros en tiempo real, sin pausas ni filtros. Desde que despertamos hasta que nos dormimos, estamos expuestos a titulares sobre guerras, crisis políticas, violencia, desastres naturales y conflictos sociales. Esta sobreexposición, si bien nos mantiene informados, también plantea una pregunta urgente: ¿cómo afecta nuestra salud mental el consumo constante de noticias negativas? ¿Nos enferma la hiperconectividad?
Este artículo explora, desde una mirada psicológica y respaldada por estudios científicos, los efectos del bombardeo informativo sobre nuestro bienestar emocional.


Ver noticias todos los días: ¿informados o estresados?
Aunque mantenerse informado es una parte importante de la vida ciudadana, múltiples estudios muestran que el consumo constante de noticias negativas puede tener consecuencias psicológicas significativas. Según una investigación de Holman, Garfin y Silver (2014), publicada en Psychological Science, las personas que estuvieron expuestas de manera repetitiva a imágenes traumáticas en los medios (como atentados o tiroteos) presentaron niveles más altos de estrés agudo y síntomas de trastorno de estrés postraumático (TEPT), incluso en comparación con quienes vivieron los eventos directamente.
Este fenómeno se relaciona con lo que se conoce como estrés vicario: la tensión emocional que experimentamos al observar el sufrimiento de otros. En la práctica, ver noticias impactantes a diario activa nuestro sistema nervioso simpático —el encargado de prepararnos para el peligro— y nos mantiene en un estado de alerta constante, afectando el sueño, la concentración y el estado de ánimo.

El foco de los medios: ¿solo conflictos?
Existe un sesgo estructural en los medios de comunicación llamado sesgo de negatividad, tanto en la forma en que se producen las noticias como en cómo las consumimos. Las noticias sobre conflictos, violencia o tragedias suelen recibir más atención porque generan más clics, vistas y reacciones. Esto responde a una lógica de mercado, pero también a un patrón evolutivo: el cerebro humano ha evolucionado para detectar amenazas como mecanismo de supervivencia.
Estudios como el de Soroka y McAdams (2015) confirman que la actividad cerebral en la amígdala —la región que detecta el peligro— se incrementa al exponernos a noticias negativas, haciendo que estas se perciban como más relevantes. Aunque los medios también cubren historias positivas, avances científicos o actos de solidaridad, estos contenidos suelen pasar desapercibidos frente al protagonismo de la tragedia.
¿Por qué consumimos más noticias negativas?
El fenómeno del doomscrolling, o la tendencia compulsiva a consumir noticias negativas, ha sido estudiado con creciente interés. Esta conducta está impulsada por el deseo de sentir control en un entorno caótico, pero también por la atracción que generan los contenidos emocionales intensos.
Desde la perspectiva neurocientífica, el sesgo de negatividad es natural: nuestro cerebro presta más atención a lo negativo porque históricamente eso aumentaba nuestras probabilidades de sobrevivir. El problema es que este patrón, útil en el pasado, hoy se vuelve contraproducente cuando se aplica al flujo constante de información global.

Adaptación cerebral: ¿nos volvemos insensibles?
A través de un proceso conocido como habituación emocional, el cerebro tiende a adaptarse a estímulos repetitivos. Con el tiempo, la exposición continua a noticias trágicas reduce la intensidad emocional con la que respondemos a ellas. Esto puede derivar en desensibilización, es decir, una disminución de la empatía y de la respuesta emocional frente al sufrimiento ajeno.
El estudio de Oliver et al. (2012), publicado en el Journal of Communication, reveló que este fenómeno puede incluso disminuir los niveles de compasión y altruismo. En contextos donde el horror se vuelve cotidiano, muchas personas desarrollan una especie de anestesia emocional para poder seguir adelante.
Este tipo de respuesta, si bien es una defensa psicológica, también puede ser peligrosa: contribuye al cinismo, la indiferencia o la parálisis emocional frente a las injusticias.
La fatiga por compasión: un mal silencioso
Además de la insensibilidad, la exposición constante a noticias negativas puede llevar a lo que se conoce como fatiga por compasión. Este término, ampliamente estudiado en profesiones de ayuda (como médicos, terapeutas o trabajadores humanitarios), también puede manifestarse en el ciudadano común cuando siente que no puede hacer nada ante tanto sufrimiento global.
La consecuencia es una sensación de agotamiento emocional, desesperanza o desconexión afectiva. Irónicamente, el intento de mantenerse informado puede terminar afectando la capacidad de actuar o involucrarse positivamente en la realidad.
¿Qué podemos hacer para cuidar nuestra salud mental?
Aunque no podemos controlar todo lo que sucede en el mundo, sí podemos controlar cómo y cuánto nos exponemos a las noticias. Algunas estrategias recomendadas por psicólogos y expertos en salud mental incluyen:

Establecer límites en el consumo de noticias: evitar revisar titulares desde que despertamos o justo antes de dormir.
Buscar medios que también compartan soluciones: el llamado “periodismo constructivo” o “periodismo de soluciones” ofrece una mirada más equilibrada.
Practicar el autocuidado digital: alternar la exposición informativa con actividades que generen calma, conexión y bienestar.
Fortalecer la empatía activa: elegir una causa y contribuir desde lo posible, en lugar de sentirse abrumado por todo lo que no se puede controlar.
Estar informado es un derecho y una necesidad, pero la sobreexposición a noticias negativas puede erosionar nuestra salud mental y emocional si no se maneja con conciencia. Comprender cómo funciona nuestro cerebro frente a la información, y tomar medidas para equilibrar nuestro consumo, es clave para mantenernos emocionalmente sanos en tiempos de crisis global.
En un mundo que no se detiene, aprender a pausar, filtrar y proteger nuestra mente es un acto de salud pública y de cuidado personal.
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